Federico Mastrogiovanni

Aquí acaba la patria, un mosaico de voces sobre el éxodo migrante por México

Federico Mastrogiovanni

Aquí acaba la patria, un mosaico de voces sobre el éxodo migrante por México

Federico Mastrogiovanni

Aquí acaba la patria, un mosaico de voces sobre el éxodo migrante por México

13/02/2022 - 12:00 am

Federico Mastrogiovanni funde en este trabajo periodístico la historia de los lugares con anécdotas personales y los testimonios de migrantes, exiliados y viajeros a quienes acompaña en su recorrido y quienes son los protagonistas de los relatos que expone a lo largo de más de 300 páginas.

Ciudad de México, 13 de febrero (SinEmbargo).– El periodista Federico Mastrogiovanni lleva al menos 13 años documentando el flujo migratorio que pasa por México, un tema sobre el que escribe en su libro Aquí acaba la patria (FCE), un mosaico de testimonios y de sueños de personas que atraviesan el país en busca de una mejor oportunidad.

“He podido documentar situaciones gravísimas, violaciones por parte de ciudadanos de a pie, elementos de las fuerzas de seguridad, de la oficina de migración, de grupos criminales y, a la vez, he podido documentar ejemplos de generosidad extraordinaria, casi hermandad”, comentó Mastrogiovanni en entrevista con SinEmbargo.

El trabajo periodístico del autor nacido en Roma y que actualmente vive en México parte del sur del país y culmina en el norte. De esta manera muestra al lector el inicio del viaje para muchos centroamericanos en Tapachula hasta su destino en Tijuana con este matiz de violencias y bondad conviviendo como los extremos que recorren los migrantes. 

De esta manera, Mastrogiovanni funde la historia de los lugares con anécdotas personales y los testimonios de migrantes, exiliados y viajeros a quienes acompaña en su recorrido y quienes son los protagonistas de los relatos que expone a lo largo de más de 300 páginas.

“Hay un elemento que he visto entre los temores de los migrantes, que algunos me lo dijeron y otros no: es el fracaso. El fracaso de no poder cumplir con las expectativas tanto de quién está y las propias. También se confirma con la cantidad de gente que se queda trabada en la frontera norte después de haber sido deportada y no vuelve a sus lugares de origen. El fracaso no tanto de la ambición de hacer algo, sino el fracaso de tener que volver o volver a intentarlo”, compartió. 

Federico Mastrogiovanni funde en este trabajo periodístico la historia de los lugares con anécdotas personales y los testimonios de migrantes. Foto: Cortesía.

Cuestionado sobre la existencia de un doble discurso en el que las autoridades mexicanas hablan de ayudar a los países de donde provienen la mayoría de los migrantes centroamericanos y el despliegue de elementos de la Guardia Nacional que impiden su avance, comentó que esta segunda cara, la de la represión, siempre ha estado, no así la otra, la cual reconoce como una “contradicción que debe de existir”.

“Me parece una de esas fantásticas contradicciones que ofrece la realpolitik en la cual el gobernante tiene que lidiar con su discurso político y también con los intereses geoestratégicos de la región. ¿Es coherente? Me parece que no, pero quiero puntualizar una cosa, empecé a documentar este tránsito en 2009 y la política pública mexicana ha sido siempre en estos años muy violenta, ha sido una política coherente con lo que decidía Estados Unidos y los acuerdos internacionales. Posiblemente no había la otra parte del discurso, no había la parte que genera la contradicción, simplemente había una actitud, una decisión legítima de los gobiernos”, puntualizó. 

Mastrogiovanni también planteó que el periodismo puede hacer más desde su trinchera frente a estos fenómenos migratorios. Por ejemplo, y en relación al racismo que persiste en algunas personas, explicó que hay que ofrecer claves para hacer entender “que esa persona y yo estamos en la misma condición, y en lugar de pelearnos deberíamos juntarnos para correr al patrón”.

“Para salirnos de este problema, desde el periodismo me gusta pensar que se pueden hacer propuestas alternativas a una narración lastimosa. No me gusta la narración lastimosa y no pega, o sea, si se quiere hablar como periodista a una persona que de por sí tiene razones para discrimar, si se le dice ‘pobrecito al que discriminas’, sus razones no desaparecerán”, comentó. 

Y agregó: “No es que se curen de la discriminación, más bien hay que ofrecer como periodistas claves para entender que esa persona y yo estamos en la misma condición, y en lugar de pelearnos deberíamos juntarnos para correr al patrón. No tanto hacer sentir culpable, porque este tipo de narración pega a una clase media con bienestar, progresista que ya piensa así porque no tiene problemas, no está en esa confrontación”.

Aquí acaba la patria de Federico Mastrogiovanni.

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—En esta crónica periodística das una visión de cómo es este recorrido que hacen los migrantes a través del país. Y lo haces mediante un amplio mosaico de voces. ¿Esta realidad ha sido soslayada tanto por las autoridades como por muchos mexicanos?

—Siempre quiero relatar los aspectos que considero positivos o negativos. He podido documentar situaciones gravísimas, violaciones por parte de ciudadanos de a pie, elementos de las fuerzas de seguridad, de la oficina de Migración, de grupos criminales y, a la vez, he podido documentar ejemplos de generosidad extraordinaria, casi hermandad. 

Durante años se ha evitado el tema en los medios o en el debate. Hablo específicamente de la migración de los centroamericanos en tránsito por México, porque el tema migratorio sí ha estado presente muchísimo durante las últimas décadas. Este segmento, no entiendo por qué, imagino que se le da prioridad a otros temas como el narco, estas narraciones que han ocupado las crónicas y el debate durante mucho tiempo. Ahora parece que ya se volvió un tema que tiene la dignidad suficiente para estar presente en el debate público. 

El evitar la discusión puede tener que ver con el papel que tiene el país en cuanto a sus instituciones públicas, a veces, ha sido contradictorio respecto a las políticas públicas que exigía de los Estados Unidos. Esta contradicción no es fácil de manejar, cómo puedes pedir cosas a otro país y luego actuar como ese país actúa hacia los ciudadanos de los países de Centro y Sudamérica. Aunque el tema esté presente, es importante enfrentarlo con la necesaria atención y profundidad, sin simplificaciones, sin banalizaciones ni maniqueísmo. La intención de este libro es ofrecer una lectura que también incluya aspectos contradictorios. 

—Por una parte está el discurso del Gobierno en el que se dice que se están replicando los programas sociales en Centroamérica y se pide a Estados Unidos que invierta. Pero al mismo tiempo están estas denuncias e imágenes donde vemos a agentes de migración usando la fuerza e impidiendo el paso. ¿Qué hay en medio del discurso y de la acción?, ¿qué te comentaron los migrantes sobre enfrentar esta situación?

—En medio está la política pragmática. Son dos aspectos que tienen que coexistir. Por un lado, el aspecto discursivo que puede resultar en políticas públicas y el otro relativo a la gestión de un territorio de tránsito, en el cual por acuerdos o intereses geopolíticos se necesita —no desde la perspectiva de los migrantes, sino de las economías del norte— una contención que no está pasando solo aquí.

Me parece una de esas fantásticas contradicciones que ofrece la realpolitik en la cual el gobernante tiene que lidiar con su discurso político y también con los intereses geoestratégicos de la región. ¿Es coherente? Me parece que no, pero quiero puntualizar una cosa, empecé a documentar este tránsito en 2009 y la política pública mexicana ha sido siempre en estos años muy violenta, ha sido una política coherente con lo que decidía Estados Unidos y los acuerdos internacionales. Posiblemente no había la otra parte del discurso, no había la parte que genera la contradicción, simplemente había una actitud, una decisión legítima de los gobiernos. 

No me encuentro de acuerdo con la gestión violenta y también corrupta de los flujos migratorios. Es cierto que pasan estas cosas hoy, que son terribles, pero también es cierto que han pasado por lo menos en los 13 años anteriores que he podido documentar. Pero durante mucho tiempo a nadie le importaba que esto pasara. Ahora la gente, y qué bueno, se ha vuelto más buena y ahora sí les preocupan los derechos de los centroamericanos, lo que evidentemente es un avance.      

—Suele pensarse y ver la migración como un fenómeno que está sujeto a una temporalidad, cuando en realidad es la historia de la humanidad. ¿Qué le ha faltado entender a la sociedad mexicana frente a esta situación? 

—No sé qué le ha faltado, en términos de lógica siempre me he preguntado lo mismo no solo en México, también en mi país. Mi país es receptor, pero ha vuelto a ser expulsor, en su historia ha sido expulsor, por esa razón hay pizzerías en todo el mundo. Me he preguntado cómo era posible tener dos percepciones tan diferentes, cómo es posible que reclame que se nos trate bien al que considero ‘el nosotros’, pero a la vez considere menos dignas a las personas que llegan a mi país. Me he intentado explicar, pero creo que tiene que ver con la perspectiva.

Hablo de mi país porque continúo siguiendo los acontecimientos de ahí y todavía hay muchos debates que tienen que ver con la competencia entre personas de la misma clase social baja, pero que vienen de lugares diferentes. Nací en ese lugar, me siento parte de la provincia de Nápoles o donde sea, pero me peleo con alguien que viene de Paquistán o Senegal porque genera una competencia, según yo desleal, porque me quita posibilidades al cobrar menos. 

Pero por qué está dispuesto a cobrar menos, porque es vulnerable y por qué es vulnerable, porque no tiene documentos. Los aparatos discursivos son los que permiten generar una guerra, en México se hablaría de la Ley de Herodes. El entendimiento es que hay una pugna dentro de la misma clase social que está en desventaja y que por supuesto pelea por su sobrevivencia. A la hora de los chingadazos —como se dice acá— me defiendo frente al que considero mi adversario, pero sin posicionarse en un contexto amplio, en el cual hay una economía que se aprovecha de la desventaja. 

No es que todos tengamos que ser economistas, también tenemos que entender que cada quién ve el mundo desde su lugar. Creo que este tema se está empezando a ver también en México, como en muchos otros lugares. Por ello siento necesario un debate sobre las razones profundas, no concentrarme en la manifestación de racismo que, según yo, es grave, pero es un síntoma que tiene que ver con la dificultad que se genera a partir de un cambio de condiciones. Pero si no estamos dispuestos a debatir sobre esto, nunca vamos a entender por qué pasan ciertas cosas.       

—Me llamó mucho la atención cómo rescatas en el caso de Tapachula esta xenofobia de principios del siglo pasado frente a la migración de personas provenientes de Asia, de China particularmente, ¿esta forma de pensar, de discriminar, aún subyace en la actualidad?, ¿cómo llevar esto a debate para que se cambie la forma de pensar?

—Sigue vigente porque funciona. No es que esté dando un juicio de valor, funciona porque genera el caldo a través del cual se pueden generar ciertas políticas públicas. Para salirnos de este problema, desde el periodismo me gusta pensar que se pueden hacer propuestas alternativas a una narración lastimosa. No me gusta la narración lastimosa y no pega, o sea, si se quiere hablar como periodista a una persona que de por sí tiene razones para discrimar, si se le dice ‘pobrecito al que discriminas’, sus razones no desaparecerán. 

No es que se curen de la discriminación, más bien hay que ofrecer como periodistas claves para entender que esa persona y yo estamos en la misma condición, y en lugar de pelearnos deberíamos juntarnos para correr al patrón. No tanto hacer sentir culpable, porque este tipo de narración pega a una clase media con bienestar, progresista que ya piensa así porque no tiene problemas, no está en esa confrontación. 

Son las personas más privilegiadas que tienen el lujo, los proletarios son los que están en una pugna y los patrones no van a cambiar de idea porque ellos quieren un trabajo de explotación. No es de convencer al empresario de que deje de explotar al migrante pagándole un dólar al día. Hay que saber cómo funcionan ciertas economías, las europeas, por ejemplo, no pueden permitirse prescindir del trabajo explotador de los migrantes indocumentados, no lo pueden. Cómo garantizas ese nivel de bienestar si no explotas a alguien que no tendrá derechos, pensión ni seguro sanitario. No podemos caer en la ilusión de que, como ya entendimos que es terrible lo que se hace, se dejará de hacer. Si esa economía está basada en esa explotación, yo puedo oponerme, pero al final eso no es consecuencia directa. 

—¿Cuál es el mayor temor que tienen las personas que migran en su recorrido por el país? De lo que te compartieron, ¿qué aspecto fue el más constante?

—Hay un elemento que he visto entre los temores de los migrantes, que algunos me lo dijeron y otros no: es el fracaso. El fracaso de no poder cumplir con las expectativas tanto de quién está y las propias. También se confirma con la cantidad de gente que se queda trabada en la frontera norte después de haber sido deportada y no vuelve a sus lugares de origen. El fracaso no tanto de la ambición de hacer algo, sino el fracaso de tener que volver o volver a intentarlo. 

Los más obvios son los riesgos a la integridad, esos son evidentes y están en las narraciones constantemente como ‘me van a secuestrar’, ‘me van a violar’, ‘me voy a caer del tren’, ‘me van a asesinar’. Por supuesto que estos están muy presentes en las narraciones. Hay una aspiración a creerse la ilusión de la vida mejor, aunque también hay una conciencia. Conforme iba conociendo con los años a tanta gente, por supuesto que saben cómo están las cosas allá porque tienen a su primo que les presta el dinero como usurero o ellos mismos ya fueron, ya vieron que es terrible por estar solos sin su familia, semiesclavizados, matándose de trabajo. 

Hay esta conciencia, pero el querer creerse que se vivirá en el Dorado y todo estará mejor es para motivarse. Así lo pensaría, si me tengo que ir a un lugar que sé que va a ser complicadísimo… aunque puedes venir de un lugar que consideras peor, pero eso no quita que será un asco allá. Esto es algo bastante entendible sobre por qué se narran que allá será mejor, pero casi seguramente no.